Viajes por lugares

MARRUECOS

Crónicas Viajeras

Un Viaje en bici por Marruecos

El objetivo con que me planteé este viaje era principalmente de tipo interior, a lo que se puede añadir un buen puñado de razones más, conocer Marruecos, pais vecino y la puerta de África desde Europa, otra más sería hacerlo en bicicleta, un medio de transporte ideal para estar en contacto con sus gentes y su cultura, más concretamente la idea estaba orientada a moverme por el desierto, las míticas montañas del Atlas con su cumbre más alta el Toubkal de 4165mts. y conocer la cultura berebere. Es este un pueblo misterioso en sus orígenes e interesante por la forma en que han mantenido su cultura y tradiciones.



Con estos objetivos en la cabeza y con los pocos pertrechos que mi medio de locomoción me permitía, comencé mi pequeña aventura que se acabaría prolongando durante setenta y ocho días a lo largo de 6000kms. Crucé por tierras de La Rioja, Soria, Aragón y Valencia atravesando montañas y mesetas, paisajes preciosos, pueblos olvidados muchos de ellos y llegué a Alicante. Desde allí y ya junto al mar Mediterráneo recorrí la costa pasando por el Mar Menor, Cartagena, Almería, Málaga y Algeciras, junto a playas y calas escondidas entre acantilados, ciudades históricas y un sinfín de pueblecitos. Fue este primer tramo donde la climatología se mostró mas adversa y donde el viento y la lluvia me acompañaron durante varios días.



En Algeciras embarqué con dirección a Tánger allí tuve mi primer contacto con es otra realidad, más allá del estrecho de Gibraltar y donde un poco aturdido por la gran diferencia cultural, lingüística y sobre todo en el nivel de vida, recorrí toda la costa atlántica marroquí hasta Agadir, en una sucesión de etapas que si bien carecían de dificultades geográficas, no estaban exentas de experiencias cuando menos curiosas entre la población árabe del país. Desde Añadir comenzaban las montañas, las aldeas perdidas entre ellas y los primeros contactos con el pueblo berebere. Atravesé el Anti-Atlas para llegar a la Hamada, un desierto de p iedra desmenuzada que me erizó el pelo cuando lo contemple por primera vez. Allí puede ver la gran diferencia en el nivel de vida entre la zona atlántica y el Norte, con respecto a la población de las montañas, pueblos y ciudades más al Sur de la cadena del Atlas, es este un sistema montañoso que supone algo más que una simple barrera climatológica, es también una frontera cultural y económica.



Tras varios días de desierto con tormenta de arena incluida, me dirigía de nuevo hacia las montañas y vuelta a cruzar el Anti-Atlas hasta Taroudannt, para siguiendo la llanura del Souss encaminarme hacia una nueva meta, subir el puerto de montaña Tizi-n-Test de 2092mts. y desde el que la ruta llega hasta el Toubkal, cubierto de nieve en esta época del año. Allí dejo la bicicleta por un par de días y a pie asciendo hasta la ciama, esta parte se me hizo muy dura por la falta de hábito de caminar, después de 47 días en bici. Desde el Toubkal la marcha continúa hacia Marrakech, la mítica ciudad, llena de historia, arte, callejuelas….y turistas, un espectáculo constante. Pero las montañas vuelven a requerir mi atención, cruzar el Tizi-n-Tichka de 2260mts., donde a las rampas del puerto se unió el Sergui, viento fuerte, seco y caluroso que llega desde el desierto., y de nuevo hacia el mar de arena y piedra, a Zagora la puerta del desierto, por una zona llena de oasis, palmerales y pueblos con un arquitectura misteriosa y atractiva, donde se da una gran mezcla de razas y culturas que conviven en el mismo territorio bajo condiciones muy duras. Desde el desierto asciendo hacia el Saghro, montañas áridas y secas como pocas, sin duda la zona más pobre y olvidada del país, pero donde la gente es increíblemente hospitalaria. Aquí fue el punto culminante del viaje con numerosas anécdotas y encuentros con los nómadas, que aún viven del pastoreo de rebaños de cabras y dromedarios.



Por citar algo de lo mucho que me pasó allí, subí un puerto de montaña de 2283mts. al que se llega por un pista de piedra con aristas como cuchillas que se cebaron con las cubiertas de la bici cuatro pinchazos en una mañana, en un entorno donde la geología se ha vuelto loca, dibujando y modelando un paisaje lleno de formas caprichosas. Los habitantes de esta zona me brindaron la oportunidad gracias a su hospitalidad, de conocer formas de vida que parecen pertenecer a épocas muy remotas en el tiempo, momentos que compartí con ellos y que perdurarán en mi memoria y en el corazón durante mucho tiempo. Desde las montañas encamino mi andadura hacia las gargantas del Todra y de allí de nuevo a cruzar el Alto Atlas para ascenderlo durante unas etapas llenas de encanto y contacto con los beréberes. El descenso de los montes es toda un aventura por una pista que no existe, el río desbordado ha ocupado su sitio, por lo que tengo que cargar con la bici durante varios kilómetros. Sin apenas tiempo para hacerme a la idea ya estoy subiendo el Medio Atlas, donde el tópico de país seco queda hecho trizas, montañas cubiertas de cedros, robles, encinas y enebros, monos por entre los árboles, lagos volcánicos y zonas cubiertas de hierba entre nieblas, conforman buena parte del paisaje de estas montañas, donde sufrí el ataque de un manada de perros salvajes que en plena marcha se enzarzaron con las alforjas de la bici, fue en este encuentro donde más miedo pasé en todo el viaje.



Y hacia Fez, la ciudad entre las ciudades imperiales, la medina por excelencia, mágica, laberíntica y hasta algo peligrosa, en la que para muchos de sus habitantes el salir adelante cada día se convierte en una aventura. Como no podía ser de otra manera ya sólo me faltaba conocer el Rif, con sus valles verdes, donde junto a los olivos y adelfas, sentados los hombres en cualquier rincón, o en los zocos beréberes se fuma constantemente el kif en su larga y fina pipa. Allí pude contemplar una de las ciudades más encantadoras que conozco, Chauen, toda pintada en azul y blanco, donde la luz parece estar hecha solo para iluminar esta ciudad. Pero el viaje tocaba a su fin, así que recogí mis recuerdos y pensamientos, los metí en los huecos de la ya maltrecha bicicleta y me encaminé, tras conocer algunas aldeas de pescadores perdidas entre las calas del Mediterráneo y una breve visita a Tetuán, hacia Tánger, para lo que tuve que volver a cruzar el Rif.



Desde Tánger me embarqué hacia la península, pasando el estrecho es fácil darse cuenta que cerca se ve y que lejos puede estar la costa española, sobre todo para muchos marroquíes, para los que supone el principio de un sueño, para mí el final del mío hecho realidad, sólo que yo regreso en un barco rápido, confortable y seguro, mientras que ellos lo hacen en pateras, en las que las posibilidades de llegar no son mayores que las de acabar en las frías aguas que unen el Mediterráneo y el Atlántico, pero que a la vez separan dos mundos distintos, África y Europa.



Pablo Royo